1. Introducción: del cerebro al biosistema

La neuroestética surge a fines del siglo XX como un campo interdisciplinario entre la neurociencia y la estética filosófica. El neurocientífico Semir Zeki acuñó el término para referirse al estudio de los procesos cerebrales implicados en la percepción de la belleza (Zeki, 1999). Sus investigaciones demostraron que contemplar obras de arte activa el córtex orbitofrontal medial, una región vinculada al placer y la recompensa (Zeki & Kawabata, 2004).

Por su parte, Vilayanur Ramachandran (2011) propuso los llamados principios universales de la experiencia estética, basados en la organización perceptual, la simetría y la abstracción visual. Estos hallazgos confirmaron que existen patrones neurobiológicos comunes en la percepción de lo bello.

Sin embargo, tales aproximaciones siguen siendo, en su mayoría, antropocéntricas: conciben la belleza como un fenómeno cerebral humano, desconectado de su contexto ecológico. Frente a ello, el biocentrismo estético, formulado por Baronti (2020–2025) en el marco del Proyecto Arte Natural, desplaza el foco desde el observador humano hacia la vida como sujeto estético.

Desde esta perspectiva, la experiencia estética no es un privilegio del cerebro humano, sino un proceso vital de resonancia entre sistemas vivos. Así, el arte y la percepción de belleza se conciben como funciones ecológicas de la sensibilidad planetaria.

2. El cerebro como interfaz ecológica

La neuroestética clásica entiende el cerebro como centro generador de la experiencia estética. Pero si adoptamos una visión biocéntrica, el cerebro se revela como un órgano de sintonización ecológica, una interfaz entre el organismo y la totalidad de la biosfera.

La neurociencia contemporánea ha mostrado que el sistema nervioso humano responde preferentemente a estructuras fractales, simetrías y patrones armónicos presentes en la naturaleza (Taylor et al., 2011). Tales estructuras generan placer perceptivo y reducen el estrés, sugiriendo que la estética podría haber tenido una función evolutiva en la regulación del organismo.

En este sentido, la percepción estética puede entenderse como una función adaptativa que mantiene la coherencia entre los ritmos biológicos y los del entorno. La emoción estética, descrita por Damasio (1994) como un fenómeno somático de integración, no sería únicamente una construcción cultural, sino una manifestación de la vida autorreferencial en su dimensión sensible.

Desde el biocentrismo estético, la belleza emerge como una forma de reconocimiento entre sistemas vivos. Cuando un ser humano experimenta belleza frente a un paisaje o un organismo, no está simplemente “disfrutando” una imagen: está participando en un proceso de comunión biológica. El placer estético no se origina en el individuo, sino en la resonancia compartida entre formas de vida.

3. El Arte Natural como práctica de la neurobiocentría

El Arte Natural, movimiento conceptual desarrollado por Hugo Baronti en el contexto del Maule y el Movimiento Arte Natural, propone una práctica artística que renuncia a la centralidad del artista y restituye la agencia estética al entorno. En esta corriente, la obra surge del encuentro entre materia, organismo, tiempo y fenómeno, sin pretensión de control ni dominio formal.

A diferencia del Land Art tradicional, el Arte Natural no busca monumentalizar la naturaleza, sino participar en sus procesos. En términos neuroestéticos, esta práctica produce una inversión epistemológica: el creador humano ya no es el emisor del estímulo estético, sino el receptor ampliado de una sensibilidad planetaria.

La investigación sobre estados de flow y creatividad (Csikszentmihalyi, 1996) sugiere que la experiencia creativa óptima implica la suspensión del yo y la integración con el entorno. En la práctica del Arte Natural, este estado se manifiesta como coherencia neurofisiológica: ritmos alfa y theta en sincronía con los patrones vibratorios del ambiente (Sternberg, 2010).

Así, el arte se convierte en un espacio de resonancia entre sistemas vivos, donde el cerebro humano actúa como traductor o modulador de una sensibilidad preexistente. El arte no representa la naturaleza: es la naturaleza que se contempla a sí misma a través del artista.

4. Hacia una neuroestética biocéntrica

La integración entre neuroestética y biocentrismo estético conduce a una nueva categoría teórica: la neuroestética biocéntrica. Este paradigma propone que la vida, a través del cerebro humano, se reconoce y se regula mediante la experiencia estética.

Sus principios podrían resumirse así:

  1. La percepción estética es una función ecológica de la vida.
  2. El cerebro humano es un órgano resonante del biosistema, no un productor autónomo de sentido.
  3. La emoción estética es una retroalimentación vital de coherencia y homeostasis.
  4. El arte es una expresión evolutiva de la creatividad biológica, no una invención cultural aislada.

En esta visión, el placer estético observado por la neurociencia no es una recompensa individual, sino un indicador de equilibrio ecosistémico. La activación dopaminérgica del cerebro al percibir belleza se correspondería con la satisfacción biológica de la conexión, un eco interior del orden vital.

El biocentrismo estético amplía, entonces, el campo de la neuroestética desde el cerebro al biosistema, desde el sujeto al entramado de la vida. En esta expansión, el arte se reencuentra con su función original: reintegrar al ser humano en la red de la existencia.

5. Conclusiones

La imbricación entre neuroestética, biocentrismo estético y arte natural ofrece un marco teórico innovador para repensar la estética como ciencia de la vida. Donde la neuroestética estudia los correlatos neuronales del placer, el biocentrismo estético revela el sentido ecológico de ese placer: la vida necesita sentirse bella para mantenerse en equilibrio.

El Arte Natural, en tanto práctica concreta, realiza esta teoría: propone una estética de la coexistencia, donde la obra emerge del diálogo entre materia, tiempo y sensibilidad.

En este marco, la neuroestética biocéntrica redefine la belleza como resonancia vital, la creatividad como acto ecológico, y el arte como fenómeno de conciencia planetaria.

Referencias

  • Baronti, H. (2020–2025). Arte Natural: por la ampliación del concepto histórico de arte y la restitución de la sensibilidad vital. Manuscrito inédito, Proyecto Biocentrismo Estético.
  • Csikszentmihalyi, M. (1996). Creativity: Flow and the Psychology of Discovery and Invention. HarperCollins.
  • Damasio, A. (1994). Descartes’ Error: Emotion, Reason, and the Human Brain. Avon Books.
  • Ramachandran, V. S., & Hirstein, W. (1999). The Science of Art: A Neurological Theory of Aesthetic Experience. Journal of Consciousness Studies, 6(6–7), 15–51.
  • Sternberg, R. J. (2010). The Nature of Creativity: Contemporary Psychological Perspectives. Cambridge University Press.
  • Taylor, R. P., Spehar, B., Van Donkelaar, P., & Hagerhall, C. M. (2011). Perceptual and Physiological Responses to Fractal Patterns: A Review of the Experimental Literature. Frontiers in Human Neuroscience, 5, 60.
  • Varela, F. J., Thompson, E., & Rosch, E. (1991). The Embodied Mind: Cognitive Science and Human Experience. MIT Press.
  • Zeki, S. (1999). Inner Vision: An Exploration of Art and the Brain. Oxford University Press.
  • Zeki, S., & Kawabata, H. (2004). Neural Correlates of Beauty. Journal of Neurophysiology, 91(4), 1699–1705.