Cerebro envejecido
Arte Natural
- Autoría
- Agalla de Hualo (Nothofagus glauca), montada en soporte metálico
- Origen
- Bosques del Maule, Chile
- Dimensiones
- ≈ 15 x 20 cm (pieza), montaje en plancha de acero
- Material
- Tejido vegetal lignificado, casi petrificado; soporte metálico
- Colección
- Galería de Arte Natural · Rari–Panimávida
Masa oscura y rugosa, de superficie quebrada y compacta. La pieza se alza sobre dos varillas metálicas, como suspendida en el aire. La textura recuerda un tejido petrificado, endurecido por el tiempo, con pliegues y cavidades que evocan materia cerebral. El volumen transmite densidad, concentración, una fuerza vital contenida en su interior, como si el árbol hubiera comprimido su memoria en un único fragmento.
Esta agalla se presenta como un cerebro de árbol: una masa que concentra experiencia, dolor y resistencia. Su semejanza con un órgano humano no es casual: así como el cuerpo genera nudos de tensión en el estómago en momentos de angustia, el árbol concentra en esta formación la memoria de un conflicto vital. La obra pone en diálogo la fisiología vegetal con la humana, sugiriendo que la inteligencia de la vida se manifiesta en formas materiales de condensación.
La pieza no es un objeto ornamental, sino un testimonio de resiliencia biológica. Surgida de una intrusión parasitaria, la agalla se constituye en volumen escultórico que revela cómo lo vivo convierte agresión en forma, amenaza en densidad, enfermedad en arte. El montaje en hierro la presenta como reliquia o tótem, reforzando su carácter de órgano simbólico, suspendido entre lo biológico y lo espiritual.
- Autoría no humana: el árbol crea la pieza en su defensa biológica.
- Temporalidad lenta: capas sucesivas endurecen la masa con los años.
- Analogía vital: conexión entre fisiología vegetal y humana (cerebro, estómago, tensión).
- Entropía fértil: lo patológico deviene en escultura de alta potencia simbólica.
- Transfiguración curatorial: el soporte humano no crea, sino que dignifica y exhibe.
Este Cerebro de Árbol es índice de un pensamiento vegetal: no un órgano cognitivo, sino una memoria material condensada en madera endurecida. Es testimonio de que la vida no solo crece y se expande, sino que también se repliega y condensa. En clave biocéntrica, la obra nos recuerda que lo no humano también piensa, también recuerda, también transforma el dolor en forma. Su potencia estética radica en esa paradoja: lo que fue herida es ahora signo de sabiduría, un símbolo del saber del bosque.